domingo, 5 de diciembre de 2010

Y si después de tantas palabras

¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!

César Vallejo

jueves, 25 de noviembre de 2010

Amiga mía...

Ahora, amiga mía

que una flor de papel preside el aire,

que el aire se deshace en dulces pétalos

de jadeante miel en tus rodillas,

ahora que no hablamos del otoño

ya nunca más

para no tropezar con tu mirada,

ahora que te adentras por la vida,

ligera, según dices,

desposeída al fin de prejuicios,

ideas recibidas, tiempo estéril,

incomprensibles normas y principios,

ay -ahora

que la virginidad navega todavía

como un barco vacío por oscuros telares,

por intactos desvanes y sueños sin sentido,

qué hacer en medio de la tarde,

cómo entregarse sin terror de pronto

y cómo confesar que detrás de tu lecho

odiosa la inocencia,

inservibles los claros pensamientos,

traicionan palabras aprendidas

en revistas de moda, tópicos de vanguardia,

digo, tópicos que tan libre te hacen,

aunque no de ti misma,

aunque no de tu vientre inopinado

donde súbito baja,

feroz y sofocante, el duro golpe

del corazón.

Qué tierna insensatez la de estar solos,

la del estremecimiento vergonzoso

ante la voz del hombre

Y el no estar a la altura de las propias palabras

con esfuerzo aprendidas,

pues ahora

bien sencillo sería el acto del amor

sin aquel eco

soez de sumergidas tradiciones

no expurgadas a tiempo,

ahora que la misma indiferencia

de las frases audaces y ante oídas

del loro varonil tan propicia parece,

si la conversación no fuera ya pretexto,

argumento de un miedo mal oculto

a no saber qué hacer en este trance.

Demasiado tarde vuelves

a recaer en frases y agudezas,

mientras escondes el temblor que sube,

absurdamente provinciano y burdo,

de niña de agua dulce,

desusada y antigua, hasta tus labios,

mientras repites al pic-up la misma

canción francesa que nos gusta tanto,

que nos hace sentir más al corriente,

casi no necios ni burgueses tristes.

Qué fácil fuera ahora desnudarse,

dejar caer el velo simplemente

sin el terror oscuro que te ata

a los núbiles senos,

qué fácil fuera acaso si no fuera

por la flor jadeante de papel amarillo

que preside la tarde,

por el desasosiego súbito que oprime

hasta el dolor tu tímida cintura

por la imposible confesión aciaga

de tu añeja inocencia,

por el urbano gesto

de loro aclimatado a otras regiones

con que el varón disfraza su animal procedencia,

por los pasos de alguien que se acerca,

por el timbre que suena

como un ángel guardián ( te ruboriza

sin poder evitarlo el pensamiento )

y la ocasión disuelve, mientras tú más segura

recuperas ingenio y frases hechas,

piensas que, al fin y al cabo, volverá a repetirse,

prefabricada como es, y entonces

no dudarás en entregarte,

entonces

-es decir, sin que llegue

el deseo a pasión ni la pasión a amor

ni el hálito terrible del amor

al abrasado borde de tu cuerpo.

José Angel Valente

domingo, 31 de octubre de 2010

Las primeras miradas

Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,
de fatigados duendes que ya no ocurren,
puede inmolarse la perdida infancia
junto a recuerdos que se están haciendo.

Qué sorpresa sufrirse una vez desolado,
escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes,
en el pecho, en los muslos impacientes
sentir cómo los labios se desprenden
de verbos maravillosos y descuidados,
de cifras defendidas en el aire muerto,
y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas
y desde ya cansadas se conjuran
para impedirnos el único fantasma de veras.

Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos,
un sitio donde asir la larga soledad
con los primeros ojos, sin gastar
las primeras miradas,
y si quedan maltrechas de significados,
de cáscara de ideales, de purezas inmundas,
cómo encontrar un río con los primeros pasos,
un río -para lavarlos- que las lleve.


Mario Benedetti

miércoles, 27 de octubre de 2010

La canción del hastío

Si vieras, amiga,
qué espacio transcurre mi lenta existencia
la marcha inmutable del tiempo fatiga
mi añeja dolencia;
mis torvos fastidios apenas mitiga
la gloria que llevo:
tu amor siempre nuevo,
tu afecto sencillo...
Y todas las noches mi dulce reclamo
escucha en tus rejas el viejo estribillo:
—¿Me quieres?
—¡Te amo!

Monótona corre mi vida, bien mío;
sus páginas tristes me dicta el hastío.
Los días son iguales
como ondulaciones
que van de los lagos sobre los cristales.
Prende la mañana
sus fulguraciones
sobre la sabana.
Y al morir el día
asoma la noche sus negros capuces
por la serranía,
y con sus arenas refleja el desierto
las últimas luces
del astro ya muerto.
En vanas quimeras
consumo mis días;
tus horas que mueren pasan cual viajeras,
con ellas las mías
y ante tu ventura
te digo muy quedo
que a veces hastiado medito con miedo,
cariñosa hermana,
en el día sombrío,
en las inclemencias del invierno frío
que en tus bucles deje la primera cana.

Tus páginas tristes me dicta el hastío...
mis sueños
pequeños,
mi vida
escondida;
y noche por noche con suave reposo
llegando a tu reja
te digo amoroso
la frase de antaño, la cláusula vieja.


Ramón López Velarde

lunes, 25 de octubre de 2010

.

Menos que el circo ajado de tus sueños
y que el signo ya roto entre tus manos.
Menos que el lomo absorto de tus libros
y que el libro escondido
de páginas en blanco.
Menos que los amores que tuviste
y que el tizne que alarga los amores.
Menos que el dios que alguna vez fue ausencia
y hoy ni siquiera es ausencia.
Menos que el cielo que no tiene estrellas,
menos que el canto que perdió su música,
menos que el hombre que vendió su hambre,
menos que el ojo seco de los muertos,
menos que el humo que olvidó su aire.

Y ya en la zona del más puro menos
colocar todavía un signo menos
y empezar hacia atrás a unir de nuevo
la primera palabra,
a unir su forma de contacto oscuro,
su forma anterior a sus letras,
la vértebra inicial del verbo oblicuo
donde se funda el tiempo transparente
del firme aprendizaje de la nada.
y tener buen cuidado
de no errar otra vez el camino
y aprender nuevamente
la farsa de ser algo.

Roberto Juarroz

sábado, 16 de octubre de 2010

Bruja

Deja caer las agujas sobre el regazo. La mecedora se mueve imperceptiblemente. Paula tiene una de esas extrañas impresiones que la acometen de tiempo en tiempo; la necesidad imperiosa de aprehender todo lo que sus sentidos pueden alcanzar en el instante. Trata de ordenar sus inmediatas intuiciones, identificarlas y hacerlas conocimiento: movimiento de la mecedora, dolor en el pie izquierdo, picazón en la raíz del cabello, gusto a canela, canto del canario flauta, luz violeta en la ventana, sombras moradas a ambos lados de la pieza, olor a viejo, a lana, a paquetes de cartas. Apenas ha concluido el análisis cuando la invade una violenta infelicidad, una opresión física como un bolo histérico que le sube a las fauces y le impulsa a correr, a marcharse, a cambiar de vida; cosas a las que una profunda inspiración, cerrar dos segundos los ojos y llamarse a sí misma estúpida bastan para anular fácilmente.

Julio Cortázar

miércoles, 13 de octubre de 2010

Abdicación

Tómame, oh noche eterna,

en tus brazos y llámame hijo.


Yo soy un rey que

voluntariamente abandoné

mi trono de ensueños y cansancios.


Mi espada, pesada en brazos flojos,

a manos viriles y calmas entregué;

y mi cetro y corona

yo los dejé en la antecámara,

hechos pedazos.


Mi cota de malla, tan inútil,

mis espuelas, de un tintineo tan fútil,

las dejé por la fría escalinata.


Desvestí la realeza, cuerpo y alma,

y regresé a la noche antigua

y serena como el paisaje al morir el día.


Fernando Pessoa

sábado, 2 de octubre de 2010

Epigramas

1. Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica.
Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias,
otras soñarán con este amor que no fue para ellas.
Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,
(escritos para conquistarte a ti) despiertan
en otras parejas enamoradas que los lean
los besos que en ti no despertó el poeta.

*

2. De estos cines, Claudia, de estas fiestas,
de estas carreras de caballos,
no quedará nada para la posteridad
sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia
(si acaso)
y el nombre de Claudia que yo puse en esos versos
y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos
del olvido, y los incluyo también en mis versos
para ridiculizarlos.

*

3. Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

*

4. Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.

*

5. Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.

*

6. Yo he repartido papeletas clandestinas,
gritando: ¡VIVA LA LIBERTAD! en plena calle
desafiando a los guardias armados.
Yo participé en la rebelión de abril:
pero palidezco cuando paso por tu casa
y tu sola mirada me hace temblar


Ernesto Cardenal

viernes, 24 de septiembre de 2010

En este mismo instante...

En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar
la libertad. Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos. ¿Oyes?
Un hombre solo
grita maniatado, existe
en algún sitio. ¿He dicho solo?
¿No sientes, como yo,
el dolor de su cuerpo
repetido en el tuyo?
¿No te mana la sangre
bajo los golpes ciegos?
Nadie está solo. Ahora,
en este mismo instante,
también a ti y a mí
nos tienen maniatados.


José Agustín Goytisolo

jueves, 23 de septiembre de 2010

Hemos amado juntos tantas cosas...

Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.

Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.

Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.

Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos sustitutos.

Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.

Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

Roberto Juarroz

La aventura de la abeja reina

Algo en los jardínes
me llama sin cesar
la lluvia en las hojas
me inspira confianza
los árboles se agitan
bendito sea este viento
y detrás de los muros oigo algo
que me dice:

-Bienvenido!
yo sabía que vendrías aquí
a esta caverna
supongo que te acostumbrarás
al silencio total
mundo inferior
que es eterno
como el propio mal
así no habrá para mañana
otra luz
que lamentar
al morir
el desierto de sed de amar
y de florecer
jamás escaparás de aquí!


Sin salir de mi asombro
comienzo a observar
miles de colmenas
ardiendo en el fuego
millones y millones de sordos tapires
( 'Oh mi Dios )
- pero esto es el infierno
me dije para mí

- Pues no me importa
yo sé bien
que saldré de aquí
de tu colmena
tal vez las luces
que amanezcan traerán la paz
ese color tan diferente
a esto, sin dudas
y sé que no me va a importar
si a la luz de un verano
muero al morder a mi presa
resignándome
dejando en ella mi aguijón

Así sin darme cuenta
rompí los acertijos
y en un demente impulso
salí de la caverna
y oí sonar el rayo
y corrí por mil canteros
donde tímidas flores
morían con la lluvia

En ese instante comprendí
que explicar esto a alguien
sería inútil !
Las luces temblaron
con la furia del viento
y las hojas mojadas
con perlas del alba
me vieron huír.

Luis Alberto Spinetta

sábado, 14 de agosto de 2010

Elevación

Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,

Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!

Charles Baudelaire

Más allá del amor

Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.

Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

Octavio Paz

jueves, 5 de agosto de 2010

La difícil

En los extremos estás
de ti, por ellos te busco.
Amarte: ¡qué ir y venir
a ti misma de ti misma!
Para dar contigo, cerca,
¡qué lejos habrá que ir!
Amor: distancias, vaivén
sin parar.

En medio del camino, nada.
No, tu voz no, tu silencio.
Redondo, terso, sin quiebra,
como aire, las preguntas
apenas le rizan,
como piedras, las preguntas
en el fondo se las guarda.
Superficie del silencio
y yo mirándome en ella.
Nada, tu silencio, sí.

O todo tu grito, sí.
Afilado en el callar,
acero, rayo, saeta,
rasgador, desgarrador,
¡qué exactitud repentina
rompiendo al mundo la entraña,
y el fondo del mundo arriba,
donde él llega, fugacísimo!
Todo, sí, tu grito, sí.

Pero tu voz no la quiero.

Pedro Salinas

Después de leer tantas páginas

Después de leer tantas páginas que el tiempo escribe con mi mano,
quedo triste, Tarumba, de no haber dicho más,
quedo triste de ser tan pequeño
y quedo triste y colérico de no estar solo.
Me quejo de estar todo el día en manos de las gentes,
me duele que se me echen encima y me aplasten
y no me dejen siquiera saber dónde tengo los brazos,
o mirar si mis piernas están completas.
"Abandona a tu padre y a tu madre"
y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano
y métete en el costal de tus huesos
y échate a rodar, si quieres ser poeta.
Que no esclavicen ni tu ombligo ni tu sangre,
ni el bien ni el mal,
ni el amor consuetudinario.
Tienes que ser actor de todas las cosas.
Tienes que romperte la cabeza diariamente
sobre la piedra, para que brote el agua.
Después quedarás tirado a un lado
como un saco vacío
(guante de cuero que la mano de la poesía usó),
pero también quedarías tirado por nada.

Yo me quejo, Tarumba, de estar sirviendo a la poesía y al diablo.
Y a veces soy como mi hijo, que se orina en la cama,
y no puede moverse, y llora.


Jaime Sabines

miércoles, 4 de agosto de 2010

No hacen falta alas

No hacen falta alas
para hacer un sueño
basta con las manos
basta con el pecho
basta con las piernas
y con el empeño.

No hacen falta alas
para ser más bellos
basta el buen sentido
del amor inmenso
no hacen falta alas
para alzar el vuelo.

Si...
Recojo fondos para pobres de amistad y de sonrisa
recojo cuanto haya de bien en lo que esconde tu camisa
acepto cuanto pueda ser útil al coro que compongo
siempre que quieras compartir un sueño ancho, largo y hondo.
Oh...

Recojo el hielo a la deriva de los poros congelados
luego con buena voluntad y mucha miel haré un helado
no le daré, no le daré al mentiroso y al cobarde
repartiré, repartiré sólo al que ama y al que arde.
Oh...

No hacen falta alas
para hacer un sueño
basta con las manos
basta con el pecho
basta con las piernas
y con el empeño.

No hacen falta alas
para ser más bellos
basta el buen sentido
del amor inmenso
no hacen falta alas
para alzar el vuelo.

Recojo fondos para pobres de amistad y de sonrisa
recojo cuanto haya de bien en lo que esconde tu camisa
acepto cuanto pueda ser útil al coro que compongo
siempre que quieras compartir un sueño ancho, largo y hondo.
Oh...

Recojo el hielo a la deriva de los poros congelados
luego con buena voluntad y mucha miel haré un helado
no le daré, no le daré al mentiroso y al cobarde
repartiré, repartiré sólo al que ama y al que arde.
Oh...

¡Vengan los buenos a comer de este helado gigante!


Silvio Rodríguez

Cuando sea mi vida...

Cuando sea mi vida,
toda clara y ligera
como un buen río
que corre alegremente
a la mar,
a la mar ignota
que espera
llena de sol y de canción.
Y cuando brote en mi
corazón la primavera
serás tú, vida mía,
la inspiración
de mi nuevo poema.
Una canción de paz y amor
al ritmo de la sangre
que corre por las venas.
Una canción de amor y paz.
Tan solo de dulces cosas y palabras.
Mientras,
mientras, guarda la llave de oro
de mis versos
entre tus joyas.
Guárdala y espera.


Antonio Machado

La invención de Morel - fragmento

Recorrí los estantes buscando ayuda para ciertas investigaciones que el proceso interrumpió y que en la soledad de la isla traté de continuar. Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia. Mi alma no ha pasado, aún a la imagen; si no, yo habría muerto, habría dejado de ver a Faustine, para estar con ella en una visión que nadie recogerá.
(...)
Intenté varias explicaciones: Que yo tenga la famosa peste; sus efectos, la imaginación: la gente, a la música, Faustine; en el cuerpo: tal vez lesiones horribles, signos de la muerte, que los efectos anteriores no me dejan ver.
(...)
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No puede volver al museo a buscar las cosas, huí por las barracas, estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. creo que esa gente no vino a buscarme, tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana. Escribo esto para dejar testimonio del adverso milagro. "


Adolfo Bioy Casares

lunes, 2 de agosto de 2010

De Marquina

No permitas que nadie te enseñe a escribir, no dejes que nadie te de indicaciones, no te desalientes, no preguntes, aprendé solo , fijate que la inmensa mayoría es basura, que no te guste lo que escribís porque le gusta a la que te gusta, si lo que escribís le gusta a la que querés tirá todo eso, dejá lo que no entendés, no tirés nunca lo que te da vergüenza, poné los nombres verdaderos de tus parientes y amigos, si los cambiás vas a ver que ya no existen, y no se puede escribir de lo que no existe, no dejes que nadie te alabe, cuando te digan que es muy bueno lo que escribís empezá con otra cosa, si se te ocurre un poema escribí en prosa, si te viene una novela, escribí un poemita, nunca corrijas textos que sabés que pueden mejorar , corregí lo que no te acordabas que existía, no te olvides que los bailes están cargados, alguien los puso ahí para que vayas y creás que podés contarlos, escribí de lo que va a pasar como si estuviera pasando, inventá una escritura biográfica, no dejés que la realidad destruya tus papeles, cambiá la realidad para que se parezca a lo que escribís. Si cogés que sea para contarlo, no te encames por amor, nunca, si sufrís que sea para darle existencia a un personaje, no dejés que la experiencia te sirva para algo fuera de la literatura, sé un perro, siempre, apostá al caos, el tiempo después ordena todo, lo junta, la gente le pone nombre a todo lo que hiciste, no hagás caso, de nada, no sirve estar triste por lo que pasa, los que te destruyeron te odian, nunca olvides eso, los que te odian te envidian, no hay vuelta, los que te envidian te aman, y no olvides que esa noche de gloria es eterna y sirve para siempre, nunca vas a poder quejarte. Ah, me olvidaba, hay que borrar todo esto…

Daniel Durand.

Pizarnik.

Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.

Hay en mí más recuerdos

Hay en mí más recuerdos que en mil años de vida.
Una cómoda llena de finales de cuentas,
versos, cartas de amor, con romanzas y pleitos,
y mechones espesos enrollando recibos,
guarda menos secretos que mi triste cerebro.
Es como una pirámide, un inmenso sepulcro
que contiene más muertos que la fosa común.
-- Soy como un cementerio que la luna aborrece,
donde largos gusanos, como remordimientos,
se encarnizan sin tregua con mis muertos queridos.
Soy un viejo boudoir donde hay rosas marchitas,
un rebujo anticuado de las modas de ayer
y pasteles dolientes, y Bouchers palidísimos
respirando perfumes de unos frascos vacíos.

Nada existe más largo que los días ingratos
cuando caen los copos de los años nevosos;
el hastío, que es fruto de la triste desgana,
toma las proporciones de una cosa inmortal.
-- Oh, materia viviente, vas a ser desde ahora
el granito rodeado del horror más confuso,
dormitando en el fondo de un brumoso Sahara;
una esfinge ignorada por el mundo insensible,
olvidada en el mapa, cuyo umbrío talante
sólo canta a la luz que da el sol en su ocaso.


Charles Baudelaire

domingo, 1 de agosto de 2010

Esa mujer

El coronel elogia mi puntualidad:
­Es puntual como los alemanes ­dice.
­O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
­He leído sus cosas ­propone­. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
El bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
­Esos papeles ­dice.
Lo miro.
­Esa mujer, coronel.
Sonríe.
­Todo se encadena ­filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
­La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
­¿Mucho daño? ­pregunto. Me importa un carajo.
­Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años ­dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
­La pobre quedó muy afectada ­explica el coronel­. Pero a usted no le importa esto.
­¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
­La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice.
Pienso. No se me ocurre.
­Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
­La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
­¿Qué más? ­dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
­La confundió con un ladrón ­sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
­Pero el capitán N. . .
­Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
­¿Y usted, coronel?
­Lo mío es distinto ­dice­. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
­Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
­Me gustaría.
­Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
­Ojalá dependa de mí, coronel.
­Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un bracito.
­Derby -dice. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
­¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
­Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
­¿Qué querían hacer?
­Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
­Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
­Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
­Esa mujer ­le oigo murmurar­. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
­Desnuda ­dice­. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente­, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
­Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
­...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos­, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
­No.
­Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
­Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
­Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
­¿Pobre gente?
­Sí, pobre gente.­El coronel lucha contra una escurridiza cólera interior­. Yo también soy argentino.
­Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
­Ah, bueno ­dice.
­¿La vieron así?
­Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
­Para mí no es nada -dice el coronel­. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dése cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
­A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
­¿Se impresionaron?
­Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿ésto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo." Después me agradeció.
Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. "Cola" dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".
­Beba ­dice el coronel.
Bebo.
­¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
­¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
­Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".
­Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
­Comprendo.
-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
­¿Y?
­Era ella. Esa mujer era ella.
­¿Muy cambiada?
­No, no, usted no me entiende. lgualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
­¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
­¿Enciendo?
­No.
­Teléfono.
­Deciles que no estoy.
Desaparece.
­Es para putearme ­explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder ­digo alegremente.
­Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
­¿Qué le dicen?
­Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
­Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
­La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
­Llueve día por medio ­dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
­¡Está parada! -grita el coronel­. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
­No me haga caso -dice, se sienta­. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
­¿Eh? -dice­ ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
­¿La sacó usted?
­Sí.
-¿Cuántas personas saben?
­DOS.
­¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
­¿Dónde?
No contesta.
­Hay que escribirlo, publicarlo.
­Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
­¡Ahora! ­me exaspero­. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento... usted será el primero...
­No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
­¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
­Es mía -dice simplemente­. Esa mujer es mía.

lunes, 26 de julio de 2010

Me caigo y me levanto.

Nadie puede dudar de que las cosas recaen,
un señor se enferma y de golpe un miércoles recae
un lápiz en la mesa recae seguido
las mujeres, cómo recaen
teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer
pero lo mismo está sujeto
sobre todo porque recae sin conciencia
recae como si nunca antes
un jazmín para dar un ejemplo perfumado
a esa blancura
¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo?
el mero permanecer ya es recaída
es jazmín entonces
y no hablemos de las palabras
esas recayentes deplorables
y de los buñuelos fríos que son la recaída clavada
contra lo que pasa, se impone pacientemente la rehabilitación
en lo más recaído hay algo que siempre pugna por rehabilitarse
en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda
en los poemas de Pérez, en Pérez
todo recayente tiene ya en sí un rehabilitante
pero el problema, para nosotros lo que pensamos nuestra vida
es confuso y casi infinito
un caracol segrega y una nube aspira
seguramente recaerán
pero una compensación ajena a ellos los rehabilita
los hace treparse poco a poco a lo mejor de si mismos
antes de la recaída inevitable
pero nosotros tía ¿cómo haremos?
¿cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído
si por la mañana estamos tan bien
tan café con leche
y no podemos medir hasta donde hemos recaído en el sueño
o en la ducha
y si sospechamos lo recadente de nuestro estado
¿cómo nos rehabilitaremos?
hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña
al terminar su obra maestra
al afeitarse sin un solo tajito
no toda recaída va de arriba abajo
porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa
cuando ya no se sabe donde se está
probablemente Icaro creía tocar el cielo
cuando se hundió en el mar …. y
dios te libre de una zambullida tan mal preparada
tía ¿cómo nos rehabilitaremos?
hay quien ha sostenido que la rehabilitación
sólo es posible alterándose
pero olvidó que toda recaída es una desalteración
una vuelta al barro de la culpa
perfecto!
somos lo más que somos porque nos alteramos
salimos del barro en busca de la felicidad
y la conciencia y los pies limpios
un recayente es entonces un desalterante
de donde se sigue que
nadie se rehabilita sin alterarse
pretender la rehabilitación alterandose es una triste redundancia
nuestra condición es la recaída y la desalteración
y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera
que por lo demás ignoro
No solamente ignoro eso
sino que jamás he sabido en qué momento
mi tía o yo recaemos
¿cómo rehabilitarnos entonces si a lo mejor no hemos recaído todavía?
y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados
Tía, no será esa la respuesta ahora que lo pienso...
Hagamos una cosa:
Usted se rehabilita y yo la observo
varios días seguidos
digamos, una rehabilitación continua
usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo
o al revés si prefiere
pero a mí me gustaría que empezara usted
porque soy modesto y buen observador
de esa manera si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación
mientras usted no le da tiempo a la recaída
y se rehabilita como en un cine continuado
al cabo poco nuestra diferencia será enorme
Usted estará tan por encima que dará gusto
entonces yo sabré que el sistema ha funcionado
y empezaré a rehabilitarme furiosamente
pondré el despertador a las tres de la mañana
suspenderé mi vida conyugal
y las demás recaídas que conozco
para que, sólo queden las que no conozco
y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos tía
y será tan hermoso decir...
ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado
el mío todo de frutilla
y el de usted con chocolate y un bizcochito.


Julio Cortázar.

lunes, 24 de mayo de 2010

Melancolía

la historia de la melancolía
nos incluye a todos.
me retuerzo entre las sábanas sucias
mientras fijo mi mirada
en las paredes azules
y nada.
me he acostumbrado tanto a la melancolía
que
la saludo como a una vieja
amiga.
ahora tendré 15 minutos de aflicción
por la pelirroja que se fue,
se lo diré a los dioses.
me siento realmente mal
realmente triste
entonces me levanto
PURIFICADO
aunque no haya resuelto
nada
(...)
hay algo mal en mí
además de la
melancolía.

Charles Bukowski

martes, 13 de abril de 2010

Hay poetas que huelen a gemido

Hay poetas que huelen a gemido,
y esconden dos tijeras en el traje.
Hay poetas que mienten su mensaje
y lo dan de inmediato por perdido...

Hay poetas de nombre y apellido:
¡los que saben que un verso es un pasaje!
Y existen los que toman por ultraje
la ruda inspiración de este atrevido...

Hay poetas que escriben porque sudan,
porque dudan y tienen sus bravatas,
pero nunca en sus versos se desnudan.

Y hay poetas, en fin, que no se anudan
con fuerza la intención a sus corbatas
y cargan para siempre las erratas.

Federico Hernández Aguilar

miércoles, 7 de abril de 2010

Nocturno de Vermont

Me han contado también que allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.

¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?

¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?

O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.

Ni el galope del mar; atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.

Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.

(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena.)

Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.

A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera.
(un silencio de jazz sobre la hierba.)

Y pregunto y pregunto:
¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?

¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?

¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia…?


César Calvo

miércoles, 31 de marzo de 2010

Se equivocó la paloma

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
que la noche la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas eran rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)


Rafael Alberti

sábado, 27 de marzo de 2010

Despierta en la brisa

Oye amiga quiero festejar el fin del sueño cerca de la luz
Y tal vez me abrigue del suelo tibio hasta el amanecer

Oye niño te encantan mis pasos, mi atención, mis días
Y así es tu cielo abierto azul
Más allá de los tristes túneles

Y despierta en la brisa un instante de verdad
Y eleva, y eleva tu consciencia de volar
Sobre las ruinas, las ruinas de una misión descomunal
Y despierta en la brisa un instante de verdad
Y aquellas almas te oirán…

Mis sentidos ya no dan abasto en el resplandor
Así me abrigue en el suelo tibio, para sentir la música

Y te pregunto: “¿como dormirán los enemigos de la humanidad?”
Quizás ella arroje su propio fuego, como a hundir el papel.

Y despierta en la brisa un instante de verdad
Y eleva, y eleva tu consciencia de volar
Sobre las ruinas, las ruinas de una misión descomunal
Y despierta en la brisa un instante de verdad
Y aquellas almas te oirán…


Luis Alberto Spinetta

martes, 23 de marzo de 2010

Me celebro y me canto a mí mismo.

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

Vago... e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza
desenfrenada.

Walt Whitman.

lunes, 22 de marzo de 2010

El futuro es espacio

EL futuro es espacio,
espacio color de tierra,
color de nube,
color de agua, de aire,
espacio negro para muchos sueños,
espacio blanco para toda la nieve,
para toda la música.

Atrás quedó el amor desesperado
que no tenía sitio para un beso,
hay lugar para todos en el bosque,
en la calle, en la casa,
hay sitio subterráneo y submarino,
qué placer es hallar por fin,
subiendo
un planeta vacío,
grandes estrellas claras como el vodka
tan transparentes y deshabitadas,
y allí llegar con el primer teléfono
para que hablen más tarde tantos hombres
de sus enfermedades.

Lo importante es apenas divisarse,
gritar desde una dura cordillera
y ver en la otra punta
los pies de una mujer recién llegada.

Adelante, salgamos
del río sofocante
en que con otros peces navegamos
desde el alba a la noche migratoria
y ahora en este espacio descubierto
volemos a la pura soledad.


Pablo Neruda

Yo sé de un himno gigante y extraño (Rima XI)

Yo sé un himno
gigante y extraño
que anuncia en la noche
del alma una aurora,
y estas páginas
son de ese himno
cadencias que el aire
dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle,
del hombre domando
el rebelde mezquino idioma,
con palabras que fuesen
a un tiempo suspiros y risas,
colores y notas.

Pero en vano es luchar;
que no hay cifra
capaz de encerrarle,
y apenas Oh hermosa!
si teniendo en mis manos
las tuyas pudiera al oído
cantártelo a solas.

Adolfo Becquer.

De Epístola a los poetas que vendrán.

Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
quizá mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas por donde venía la ardiente cólera.

Yo respondo: por todas partes se oía llanto,
por todas partes nos cercaba un muro de olas negras.
Iba a ser la poesía
una solitaria columna de rocio?

Tenía que ser un relampago perpetuo.

Yo os digo:
mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podra dormir;
mientras los mendigos lloren de frio en la noche,
mi corazón no sonreirá.

Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
Hay cosas más altas
que llorar el amor de tardes perdidas:
el rumor de un pueblo que despierta,
eso es mas bello que el rocío.
El metal resplandeciente de su cólera,
eso es mas bello que la luna.
Un hombre verdaderamente libre,
eso es mas bello que el diamante.

Porque el hombre ha despertado,
y el fuego ha huido de su carcel de ceniza
para quemar el mundo donde estuvo la tristeza.


Manuel Scorza

viernes, 19 de febrero de 2010

Poesía, poeta y lector.

Este tipo de blogs no los lee casi nadie. Las poesías parecen gastadas, pasadas de moda, graciosas, demasiado cursis. Es necesario lo gracioso, lo digerible, el chiste fácil y corto o la tragedia exagerada que nos haga sentir un poco menos desgraciados.
Nadie admite esa invitación a la reflexión y al descubrimiento del propio estado de la existencia que es leer poesía, nadie se atreve a entrar en ese mundo que, una vez que ya se está adaptado, resulta maravilloso. No es muy difícil, ni ajena, ni indiferente, ni lejana: la poesía somos todos. Lo que dice el poeta no podría ser dicho si no existiera el mundo, si no existiera esta pobre muchacha que los lee, si no existiera aquel árbol que ensombrece sutilmente la calle, si no hubiera aquel que ignora su belleza. Al poeta todo lo inspira (si existe tal cosa como la inspiración). No todo el tiempo, y no precisamente bien. Todo es un trabajo largo y que seguramente ni con la muerte termina, hacer poesía es trazar un camino que el lector elije (o le toca) cómo caminar, y que no tiene ningún final concreto. Lo importante es ver la belleza que lo rodea, descubrir los propios pies andando y besar el aire que nunca antes había besado. De repente encontrarse amando, gozando inefablemente una palabra, un amor que creía muerto o inexistente, enterarse de que un día morirá, de que quizás a él también le toque extrañar a una mujer. Y ya extrañarla.
La palabra es mágica, es ruidosa y suave, envuelve todas las sensaciones, las hace carne en un verso, las hace verso en la carne. Una vez que se la deja suelta, no necesita un por qué, un pensamiento previo, un impulso real. Todo fluye como la misma condición humana, hasta que encuentra el final que es suyo y que sabe que existe, porque nunca se puede hacer nada si algo quiere terminar, sólo dejar que lo haga y defina su belleza a su propia perfección.

jueves, 18 de febrero de 2010

Permanencia

Ahora recuerdo uno, antes recordaba otro.

Día vendrá en que ninguno será recordado.

Entonces en el mismo olvido se fundirán.
Una vez más la carne unida, y las bodas
cumpliéndose en sí mismas, como ayer y siempre.

Pues eterno es el amor que une y separa, y eterno
el fin
(ya comenzara , antes de ser), y somos eternos,
frágiles, nebulosos, tartamudos, frustrados:
eternos.

Y el olvido todavía es memoria, y lagunas de
sueño
cierran en su negrura lo que amamos y fuimos
un día,
o nunca fuimos y que con todo arde en nosotros
a la manera de la llama que duerme en la leña
apilada en el galpón.


Carlos Drummond de Andrade

lunes, 15 de febrero de 2010

Del principio y demás frases de efecto

Autoritarias, paralizantes, circulares, a veces elípticas, las frases de efecto, también jocosamente llamadas pepitas de oro, son una plaga maligna de las peores que pueden asolar el mundo. Decimos a los confusos, Conócete a ti mismo, como si conocerse a uno mismo no fuese la quinta y más dificultosa operación de las aritméticas humanas, decimos a los abúlicos, Querer es poder, como si las realidades atroces del mundo no se divirtiesen invirtiendo todos los días la posición relativa de los verbos, decimos a los indecisos, Empezar por el principio, como si ese principio fuese la punta siempre visible de un hilo mal enrollado del que basta tirar y seguir tirando para llegar a la otra punta, la del final, y como si, entre la primera y la segunda, hubiésemos tenido en las manos un hilo liso y continuo del que no ha sido preciso deshacer nudos ni desenredar marañas, cosa imposible en la vida de los ovillos y, si otra frase de efecto es permitida, en los ovillos de la vida. (...) Empecemos por el principio, y parecía que sólo faltaba que uno y otro se sentaran delante del tablero para modelar muñecos con unos dedos súbitamente ágiles y exactos, con la antigua habilidad recuperada de la larga letargia. Puro engaño de inocentes y desprevenidos, el principio nunca ha sido la punta nítida y precisa de un hilo, el principio es un proceso lentísimo, demorado, que exige tiempo y paciencia para percibir en qué dirección quiere ir, que tantea el camino como un ciego, el principio es sólo el principio, lo hecho vale tanto como nada.


José Saramago - La caverna.

sábado, 16 de enero de 2010

Leroux.

Todo lo que proporcionan los sentidos, no puede ser una prueba... yo también me he incilinado sobre los rastros sensibles, pero para pedirles que entraran en el círculo que había trazado mi razón. ¡Ah! tantas veces el círculo fue tan estrecho, tan estrecho... Pero por estrecho que fuese era inmenso, porque sólo contenía la verdad!... ¡Sí, sí, lo juro! Los rastros visibles sólo han sido mis fámulos, nunca mis señores... Nunca han hecho de mí esa cosa monstruosa, más terrible que un hombre sin ojos: un hombre que ve al revéz! ¡Y ahí tienes por qué triunfaré de tu error y de tu cogitación animal!

Invitación al viaje.

Acompáñame, ven. Por el camino
encontraremos perros y cristales,
semáforos en rojo y cerradas las verjas
de los jardines secos donde la arena ahoga
los linderos bordados de flores humilladas.
Pero no importa. Ven. Encontraremos
rostros adustos, dientes como garras,
violentos gestos y feroces gritos...
Con manotazos bruscos tratarán de alcanzarnos.
Pero, juntos, tú y yo seguiremos la ruta,
sonrosada y alegre, que no marcan los mapas
sobre el gris del asfalto. A cada instante
nos propondrá el deseo un alto vuelo.
Acompáñame, ven. Te invito a un largo viaje
contra el viento, sin coche ni maletas.
Dejaremos atrás placeres preceptivos
y a tanto triunfador con las cartas marcadas.
Buscaremos el norte. Buscaremos un alto
bosque frondoso y el rumor marino.
Y, cercana la hora del silencio,
cuando el sol se derrama como un ámbar
y encierra en su cristal rocas y espumas,
brindaremos, alegres, con la mirada absorta
ante la inmensidad del mar y del olvido.


Paz Díez Taboada

jueves, 14 de enero de 2010

Bienvenida la poesía del futuro.

Bienvenida sea la poesía del futuro.
Esa poesía que reventará como una flor
en plena calle,
o como un cadáver después de varios días.
Bienvenida sea la poesía colgada de las nubes
y de los edificios.
La que soltará en este mundo su alma
de bestia carroñera.
La que olfateará a la muerte desde lejos.
La que llegará delgada y tenue
como las primeras lluvias del otoño,
y suave como los tejidos de las vísceras.
Bienvenido sea su ritmo de agua en caída libre,
o su sonido de artefacto eléctrico.
Pronto estará entre nosotros,
bendiciendo el acto sexual entre la especie,
o comiéndole los ojos a los muertos.
Hasta aquí llegará con su espíritu redentor
funcionando,
o con su instinto homicida adiestrado y carnívoro
como el que empuñan las tropas de asalto.
Bienvenida sea la poesía del futuro.
Bienvenidos sean sus actos de magia.
Sus contorsiones acrobáticas.
Sus caricias y besos de película.
Sus espectaculares suicidios
archivados en las páginas rojas de los periódicos.

Aquí, y en ninguna otra parte,
establecerá su reino,
su hacienda,
su recinto milagrero abierto al público

La verán caminar sobre las aguas.
La verán dormir en los parques.
La verán en las noches de luna
como suspendida de aquella luz fantástica.
La verán aullando y con espasmos,
tirada en el suelo.
Podrán verla haciendo latir las memorias,
o en cada herida cortante
que dejará el paso del olvido sobre los rostros.
Bienvenida sea, por fin, la poesía del futuro.
Ábranles las puertas y las ventanas,
las arterias,
los huesos,
los ojos,
y prepárense para lo que pueda ocurrir,
porque vendrá de todos modos,
así sea para velar por la paz de sus almas,
o bien,
para levantarles la tapa de los sesos.


Pavel Oyarzún Díaz