viernes, 19 de febrero de 2010

Poesía, poeta y lector.

Este tipo de blogs no los lee casi nadie. Las poesías parecen gastadas, pasadas de moda, graciosas, demasiado cursis. Es necesario lo gracioso, lo digerible, el chiste fácil y corto o la tragedia exagerada que nos haga sentir un poco menos desgraciados.
Nadie admite esa invitación a la reflexión y al descubrimiento del propio estado de la existencia que es leer poesía, nadie se atreve a entrar en ese mundo que, una vez que ya se está adaptado, resulta maravilloso. No es muy difícil, ni ajena, ni indiferente, ni lejana: la poesía somos todos. Lo que dice el poeta no podría ser dicho si no existiera el mundo, si no existiera esta pobre muchacha que los lee, si no existiera aquel árbol que ensombrece sutilmente la calle, si no hubiera aquel que ignora su belleza. Al poeta todo lo inspira (si existe tal cosa como la inspiración). No todo el tiempo, y no precisamente bien. Todo es un trabajo largo y que seguramente ni con la muerte termina, hacer poesía es trazar un camino que el lector elije (o le toca) cómo caminar, y que no tiene ningún final concreto. Lo importante es ver la belleza que lo rodea, descubrir los propios pies andando y besar el aire que nunca antes había besado. De repente encontrarse amando, gozando inefablemente una palabra, un amor que creía muerto o inexistente, enterarse de que un día morirá, de que quizás a él también le toque extrañar a una mujer. Y ya extrañarla.
La palabra es mágica, es ruidosa y suave, envuelve todas las sensaciones, las hace carne en un verso, las hace verso en la carne. Una vez que se la deja suelta, no necesita un por qué, un pensamiento previo, un impulso real. Todo fluye como la misma condición humana, hasta que encuentra el final que es suyo y que sabe que existe, porque nunca se puede hacer nada si algo quiere terminar, sólo dejar que lo haga y defina su belleza a su propia perfección.

No hay comentarios: