miércoles, 31 de diciembre de 2008

Las cosas que pasan.

A veces necesito, sabes, ponerme egoísta y engreída, olvidarme de lo que según el diccionario es el amor, olvidarme de que sos lindo y de las razones por las que decidí, un buen día y creyendo no equivocarme, que te quedes a mi lado, con una inocencia tierna, sin saber lo que era.
Necesito también ponerme histérica y estúpida, hacerme la desentedida y entender más de lo que debería, celar, llorar, dudar, confundirme hasta la desesperación, hacer de todo para que sientas lástima. Y sin darme cuenta, y mientras hago lo que sea por alejarme, te voy necesitando otra vez, porque todo termina en necesitarte.
Porque aunque me ponga los mil y un disfraces y recuerde constantemente mis propias imperfecciones, y te las recuerde para sumarte razones, sin tener yo las suficientes, para dejar de amarme, aunque haga lo posible porque las cosas sean peores, sé muy bien, mejor que cualquier otra cosa, que ante cualquier inconveniente, cualquier cuestión ajena a mi manipulación, iré corriendo, como una estúpida, como una egoísta y una engreída, a tus cálidos brazos.

martes, 30 de diciembre de 2008

Amor en la plaza Rivadavia.

Si me lo cuentan no lo creo. En serio, no hubiera creído.
Si yo no fuera Roberto Arlt, y leyera esta nota, tampoco creería.
Y sin embargo, es cierto.
¿Cómo empezaré? Diciendo que la otra tarde, “una hermosa tarde”… Pero sería inexacto porque una “hermosa tarde” no puede ser aquella en la que ha llovido. Tampoco era de tarde sino de noche, bien anochecido, las ocho.
Como contaba, había llovido. Llovió un rato, lo suficiente para lavar los bancos, humedecer la tierra y dejar los caminos de las plazas en estado pastoso.
Más aún: llovió de tal manera que si usted se fijaba en los bancos de las plazas, comprobaba que conservaban frescas manchas de agua. No había banco que no estuviera mojado.
Eran las ocho de la noche y yo cruzaba el Parque Rivadavia. No iba triste ni alegre, sino tranquilo y sereno como un ciudadano virtuoso. Alguna que otra pareja se cruzaba en mi camino y yo aspiraba el olor a los eucaliptos que flotaba en el aire embalsamándolo dulcemente, o mejor dicho acremente, pues el olor de los eucaliptos deriva del alquitrán que contienen, y el olor del alquitrán no es dulzón sino amargo.
Como decía, iba cruzando el parque, hecho un santito. Las manos sumergidas en los bolsillos del perramús, y los ojos atentos.
Y de pronto… (Aquí llegamos y por eso me retardo en llegar). De pronto, en una alameda que corre de Este a Oeste, y llena de bancos en los que los focos revelaban frescas manchas de agua, ví parejas compuestas de seres humanos de distintos sexo, conversando (esto de conversar es una metáfora) muy liadas. ¿Se dan cuenta ustedes? No sólo no sentían el fresco ambiente, sino que eran hasta insensibles al agua sobre la cual estaban sentados.
Yo me hacía cruces, y me decía: “No, no es posible… ¿Quién me va a creer esto? No es posible".
Y como un ingenuo, acercaba mi nariz a los bancos, los miraba y los veía, mojados a tal punto que, con perramús y todo, yo no me hubiera sentado allí. Y las parejas, como si tal cosa… Cualquiera hubiera dicho que en vez de estar diciéndose ternezas sobre una dura madera mojada, reposaban en cojines de Persia rellenos de plumas de grulla rosada.
Y no era una pareja. Eran muchas, pero muchas parejas, igualmente insensibles a la humedad e igualmente laboriosas en eso de demostrarse que se querían.
Algunas permanecían en un silencio comatoso, otras, cuando yo me acercaba, se apresuraban a gesticular como si discutieran temas de vital interés. En fin, terminé de cruzar el parque, consternado y admirado, pues ignoraba que el amor, como un hidrófugo cualquiera, impermeabiliza las ropas de los que se sentaban en bancos mojados.
La otra noche vuelvo a pasar por el parque Rivadavia. Hecho un santito, con las manos sumergidas en el bolsillo del perramús y los ojos atentos. No llovía, pero había, en cambio, una humedad de mis demonios, si mil demonios pueden ser húmedos. Tanta humedad, que la humedad se distinguía flotando en el aire bajo la forma de neblina. Eran las ocho de la noche, hora en que los ciudadanos virtuosos se dirigen a sus casas para embodegar un plato de sopa bien caliente. Y yo cruzaba el parque pensando que bien me había ganado un plato de sopa y otro de estofado, pues tenía frío y sentía debilidad. A diez metros de distancia apenas si se distinguía a un cristiano o a una cristiana. Tan espesa era la neblina.

Y yo pensaba: “Heme aquí, en el lugar más adecuado para pescarme una bronconeumonía o, cuando menos, una pulmonía doble. No hablemos de gripe, porque de solo poner las narices por aquí uno se hace acreedor de ella”.
Iba entregado a estos pensamientos asépticos o bacilosos, cuando llegué a la alameda que corre de Este a Oeste. Esa, la misma, la de los bancos.
¿Querrán creerme ustedes?
Desafiando las bronconeumonías, las pulmonías dobles y simples, las gripes, los resfríos, las pleuresías secas y húmedas, y cuanta peste pueda relacionarse con las vías respiratorias, innumerables parejas de niños y señoritas, jóvenes y caballeros, se arrullaban de dos en dos bajo las ramas de los árboles, que goteaban lagrimones diamantinos.
Juro que sería criminal no confesar que se arrullaban tiernamente. En la neblina, bajo los árboles goteadores.
“Ya ni en la paz de los sepulcros creo”. No creo en los efectos de la lluvia, de la neblina, del viento, del frío ni del diablo. No creo en la paz ni en la soledad de nada.
Siempre y siempre que me he dirigido a un sitio solitario y oscuro, a un paraje que desde afuera hacía pensar en la soledad del desierto, siempre he encontrado allí una muchedumbre. De manera que me inclino a creer que la única soledad posible es aquella que se produce en un agujero de tierra en cuyo fondo dejaron un cajón… ni en esa se puede creer.
De cualquier manera, he aprendido algo: que el que quiere soledad que la busque dentro de sí mismo, y que no importune a las parejas, que por tener la convicción de su amor, se quieren al aire libre y a la luz de una o varias lunas de arco voltaico.

(de Aguafuertes Porteñas)
Roberto Arlt

Libertad.


La libertad es la posibilidad de aislamiento. Eres libre si puedes alejarte de los hombres, sin que te obligue a buscarlos la necesidad de dinero, o la necesidad gregaria, o el amor, o la gloria, o la curiosidad, que en el silencio y en la soledad no pueden encontrar alimento. Si te es imposible vivir solo, naciste esclavo. Pueden ser tuyas todas las excelencias de espíritu, todas las del alma: será un esclavo noble o un siervo inteligente, pero no serás libre.

[Frag. El libro del desasosiego - Fernando Pessoa]

jueves, 25 de diciembre de 2008

No me olvidaré.

cuando se empiecen a rozar
poco a poco los planetas
y la vida sea realmente la duda
y se acepte que la muerte
es la única certeza,
cuando no se lloren por estupideces,
ni se escuchen carcajadas
tras la desgracia,
cuando sepamos que hay vacío
en algún lugar del mundo
al que no nos arriesgamos a ir,
ahí no me olvidaré,
más allá de haberme dado cuenta
de los detalles más inesperados,
de tu sonrisa
que brilla más que los soles
que puedan cubrir a la tierra,
y besa más atardeceres,
que millones de gaviotas,
que cientos de horizontes,
volverá tu sonrisa
como un vestigio
como una sorpresa
inesperada,
que ilumine las sombras
de lo incierto
y convierta un poco en verdad
esta locura.

martes, 23 de diciembre de 2008

Volver.



Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar...

lunes, 22 de diciembre de 2008


Mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Todavía - Benedetti

No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría.

Palpo, gusto, escucho y veo
tu rostro, tu paso largo,
tus manos y sin embargo
todavía no lo creo.

Tu regreso tiene tanto
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto.

Nadie nunca te reemplaza
y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa.

Sin embargo todavía
dudo de esta buena suerte
porque el cielo de tenerte
me parece fantasía.

Pero venís y es seguro
y venís con tu mirada
y por eso tu llegada
hace mágico el futuro

y aunque no siempre he entendido
mis culpas y mis fracasos
en cambio sé que en tus brazos
el mundo tiene sentido

y si beso la osadía
y el misterio de tus labios
no habrá dudas ni resabios
te querré más
todavía.


Este señor que escribe y no puede faltar en mi lista de cosas que -hago cuando no está David-

Retorno.


Serpentina de carnaval
cuando los días buenos pasen
en qué esquina me encontrarás?
Cómo sabrás qué es lo que quiero?
Si suave es tu corazón
ya no volverás aquí
yo sé que me quieres
está bien.
Yo seré siempre
el mendigo en el andén
de un pueblo fantasma
donde nunca pasa el tren.
Yo te veía caminar
dentro de mi cárcel de cristal.
Yo sé que puedes sacarme.





Si así fue, seguro así será.
Yo sé que puedes sacarme.